No llores

FullSizeRender (14)

«Venga…no llores.»

Es una frase que se repite de forma casi inconsciente cuando vemos a otra persona con los ojos rasados en lágrimas.

Esta contundente frase nos acompaña desde pequeños… parece que mostrarnos tristes es algo difícil de encajar para el que tenemos enfrente, que se protege ante la situación de estrés que está por venir. Pero el ser humano es sabio, y esta imagen dispara en nuestro acompañante eso que tanto necesitamos, empatía y consuelo.

Desde hace años, asociamos las lágrimas a un estado de debilidad frente a la vida, de muchas veces mal interpretada cobardía frente a la adversidad. Puedo verlo en mi trabajo a diario, las personas tienen la necesidad de expresar su tristeza, su enfado, su decepción, su miedo…pero al mismo tiempo, al recoger las lágrimas de sus mejillas me piden disculpas por mostrarse de esta forma, para mí…tan natural.

“Disculpa, no suelo llorar…”, “Perdona, por llorar de esta forma….”

Yo suelo animar a que lo hagan. El llorar ayuda a liberar tensiones y se convierte en un acto comunicativo, que facilita la expresión de todo aquello que nos atormenta.

Esto es sólo una muestra de lo que ocurre con las llamadas “emociones negativas” en la sociedad actual.

Constantemente, estamos recibiendo mensajes de un “obligado optimismo” frente a la vida, sonreírle a la vida pase lo que pase. Este tema está haciendo mucho daño. No entendemos que la ira, el miedo, la tristeza, la preocupación…son necesarias para superar momentos difíciles, para sobrevivir.

Por ejemplo, manifestar desesperanza tras una pérdida es básico para superarla. Sin ella, no podríamos reubicarnos en nuestra vida, ni entender el vacío que nos han dejado, ni siquiera podemos reflexionar sobre la nueva situación y centrarnos en una  búsqueda real de soluciones frente a este nuevo problema. Saber encajar estos momentos nos impulsa a cambiar y crecer…a mejorar. Es cuestión de adaptación.

Si miramos hacia delante sin pararnos a pensar, que ha supuesto esta decepción, este golpe bajo, esta desilusión…no aprenderemos. Una vez leí cualquier duelo siempre busca una salida. Podemos evitar en un primer momento “pasarlo mal” pero esas emociones o se enrocan dentro de ti para hacerte el camino más pesado o esperan pacientes a que cualquier detonante les impulse para salir. Podemos vivir un duelo pasado años de la pérdida.

Por otro lado, vamos a ponernos en el otro lugar. Si dejamos de percibir el dolor en otras personas nos volveríamos seres insensibles, sin capacidad de ayuda o de comprensión. Es estupendo entender que el ser humano tiene una amplia gama de emociones, que pasan del polo negativo al positivo, que oscilan de manera constante para dotar a nuestra vida de diferentes experiencias.

Si tienes un día difícil y lees un mensaje de los de “be happy por encima de todo” puedes llegar a pensar: “algo no va bien en mi vida” o “no soy capaz de ser feliz”. Este es el peligro de rechazar los días tristes, que se conviertan en derrotas y que a toda costa queremos evitar. Conseguiremos así alarmarnos, frustrarnos y sentirnos extraños en este “happy world”. Es decir, «meternos más en el hoyo».

foto

Con esto no digo que tengamos que anclarnos a estas emociones negativas, ni a ninguna otra.

Lo sano es asumir que el ser humano no puede librarse de ningún tipo de emoción pero si gestionar su intensidad. Podemos atravesar momentos difíciles, de dolor, incómodos…pero no dejarnos llevar por ellos. Mantener una actitud positiva ante la vida, aceptar todo lo que venga y entender que somos personas que reaccionamos ante lo bueno pero también ante lo malo.

El enganche a estas emociones negativas es el peligro, cuando no existe una buena gestión de los tiempos y no razonamos con claridad. Por eso, es importante expresarnos, hablar con otros sobre nuestro dolor, para desahogarnos, sentirnos entendidos y poder entender que es lógico sentirnos mal y que por ello, la vida no se va a volver un camino de espinos…sino que estamos atravesando un bache más o menos profundo, que un día lograremos pasar para poder volver a andar por la cómoda hierba verde… y tomaremos aire…. hasta el siguiente tropezón.

Si hemos perdido el miedo a vivir el dolor, seguramente ganaremos en habilidades para afrontarlo mucho mejor la próxima vez. Para pasar ese trance de la forma más saludable, pero pasarlo.

Por tanto, la próxima vez que alguien se confiese con nosotros y nos cuente lo mal que se siente lo primero es escuchar, desahogarle para a partir de ahí, poder ayudarle a entenderse y a buscar soluciones productivas. Si quieres, puedes cambiar el “no llores” por un “llora, te ayudará”.

Compartir: